lunes, 4 de octubre de 2021

Ha de llover - Antonio Gamoneda


Hay sequía en la luz y la ceniza llora
como mi madre. Sin lágrimas.

Ha de llover.
Ha de llover hasta que se levanten los maíces sagrados y sea
posible la celebración de la muerte.

Ha de llover.

¿Por qué no? ¿Por qué no ha de llover
en la tiniebla intestinal y en las hirvientes médulas?

Ha de llover
en los adolescentes frenéticos y en los adoradores nocturnos
y en los ancianos extraviados en la música.

Ha de llover
en el pensamiento y en la felicidad ensangrentada.

Ha de llover sobre esta piedra enferma
donde, en la noche, cunde un resplandor
procedente de astros inservibles.

Ha de llover,
ha de caer la lluvia con dulzura
sobre los suicidas del amanecer.

Ha de llover
en la superficie cristianizada por la industria. Tiene que llover
sobre las catenarias, en Vega Magaz,
hasta que aúllen las alondras y
los ferroviarios se desnuden
y detengan la máquina que llora.

Ha de llover en la extremaunción
sacramentalmente perversa. Tiene que llover
en el interior del hierro y en la furia blanca
de cien mil niños larvados por la trisomía veintiuno
y sobre la furia roja
de cien mil niños palestinos.

Tiene que llover.

Tiene que llover con ternura
sobre las secretarias parturientas.

Ha de llover
sobre los jueces y los asesinos,
sobre los comandantes y las monjas.

Ha de llover en los prostíbulos
y en los ministerios invisibles
y en las fístulas negras y
sobre las serpientes melancólicas.
Y las serpientes han de silbar tristemente
todas las melodías olvidadas. Son
reconocibles por su olor a sombra
y a sustancia inguinal. Dichas serpientes
silbarán en las cajas de ahorro
y en los urinarios y en las tumbas.

Sí, ha de llover. Hoy es martes
especialmente. Hoy resucitan
los fusilados de Villamañán.

Ha de llover en las letrinas
notariales hasta que aparezcan los títulos
de la propiedad mortal y de la tristeza hipotecaria y
cien cartas de amor de Francisco Franco.

Ha de llover dulcemente sobre las niñas que abortan en octubre.
Ha de llover en la agonía de Jorge Pedrero y
sobre los visitantes lívidos.

Ha de llover en mis venas
y en mi desaparición. Causa analógica:
se sabe que los agonizantes son felices
rodeados de llanto.

Ha de llover con crueldad católica
sobre los huesos de Felipe Segundo
y de los Caídos por Dios y por España.

Agua para los prostáticos
y su dolor universal. Agua también
para los sifilíticos y los curas.

Agua para los Borbones
y para los mendigos y las mujeres rojas
que gritaban los gritos amarillos
de mil novecientos treinta y seis.

Ha de llover.

Ha de llover en los pantanos
rebosantes (se dice) de fascismo y
de tristeza imperial. Se han encontrado
poderosas razones ecuménicas
para que llueva en los pantanos. Es
físicamente necesario a causa
de la prosperidad del incesto y
de los cuchillos olvidados en las iglesias.

Ha
de llover.

Ha de llover, sí, pero no han de olvidarse
los manantiales del dolor ni las acequias
secretas de los monasterios ni
la humedad de las sociedades anónimas.

Ha de llover jamás y siempre. Con
desesperación agraria. Ha de llover
hasta que enloquezcan los metales
y el sílice y las inmensas madres
del Barrio de la Sal.

Ha de llover ya.

¿Está lloviendo?
Sí, está lloviendo. Las madres
son blancas y locas.
Vienen
a la profundidad de San Marcos y
a los laboratorios de la tortura.
Ya
están aquí las madres. Traen
fuego y amor las madres.
Ya
la costumbre penal y la memoria arden.

Ya están ardiendo para siempre
con esperanza roja, con amor,
maternalmente,
los juicios sumarísimos.

Ha de llover.

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