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Te acordarás un día de aquel amante extraño que te besó en la frente para no hacerte daño. Aquel que iba en la sombra con la mano vacía, porque te quiso tanto que no te lo decía. Aquel amante loco que era como un amigo, y que se fue con otra para soñar contigo. Te acordarás un día de aquel extraño amante, profesor de horas lentas, con alma de estudiante. Aquel hombre lejano que volvió del olvido sólo para quererte como nadie ha querido. Aquel que fue ceniza de todas las hogueras, y te cubrió de rosas, sin que tú lo supieras. Te acordarás un día del hombre indiferente que en las tardes de lluvia te besaba en la frente; viajero silencioso de las noches de estío, que sembraba en la arena su corazón tardío. Te acordarás un día de aquel hombre lejano, del que más te ha querido, porque te quiso en vano. Quizás, así, de pronto, te acordarás un día de aquel hombre que a veces callaba y sonreía. Tu rosal preferido se secará en el huerto, como para decirte que aquel hombre se ha muerto. Y él andará en la sombra, con su sonrisa triste. Y únicamente entonces sabrás que lo quisiste.



Yo sé que existo porque tú me imaginas. Soy alto porque tú me crees alto, y limpio porque tú me miras con buenos ojos, con mirada limpia. Tu pensamiento me hace inteligente, y en tu sencilla ternura, yo soy también sencillo y bondadoso. Pero si tú me olvidas quedaré muerto sin que nadie lo sepa. Verán viva mi carne, pero será otro hombre —oscuro, torpe, malo— el que la habita...



Algún día escribiré un poema que no mencione el aire ni la noche; un poema que omita los nombres de las flores, que no tenga jazmines o magnolias. Algún día te escribiré un poema sin pájaros ni fuentes, un poema que eluda el mar y que no mire a las estrellas. Algún día te escribiré un poema que se limite a pasar los dedos por tu piel y que convierta en palabras tu mirada. Sin comparaciones, sin metáforas, algún día escribiré un poema que huela a ti, un poema con el ritmo de tus pulsaciones, con la intensidad estrujada de tu abrazo. Algún día escribiré un poema, el canto de mí dicha.



No; la lluvia no te moja: te resbala. Tienes la piel de aceite, amada mía. Ungida con aceite, perfumada. Todo lo ha traspasado de ternura la lengua transparente de las aguas. Un vapor dulce, como el aliento de un buey, cálidamente exhalan los árboles. Gotas largas, romo alfileres líquidos, brillan al primer sol de la mañana. La lluvia que ha mojado tus cabellos no ha mojado tu cuerpo ni tu cara.



Qué lástima, muchacha, que no te pueda amar... Yo soy un árbol seco que sólo espera el hacha, y tú un arroyo alegre que sueña con la mar. Yo eché mi red al río... Se me rompió la red... No unas tu vaso lleno con mi vaso vacío, pues si bebo en tu vaso voy a sentir más sed. Se besa por el beso, por amar el amor... Ese es tu amor de ahora, pero el amor no es eso; pues sólo nace el fruto cuando muere la flor. Amar es tan sencillo, tan sin saber por qué... Pero así como pierde la moneda su brillo, el alma, poco a poco, va perdiendo su fe. ¡Qué lástima muchacha, que no te pueda amar! Hay velas que se rompen a la primera racha, ¡y hay tantas velas rotas en el fondo del mar! Pero aunque toda herida deja una cicatriz, no importa la hoja seca de una rama florida, si el dolor de esa hoja no llega a la raíz. La vida, llama o nieve, es un molino que va moliendo en sus aspas el viento que lo mueve, triturando el recuerdo de lo que ya se fue... Ya lo mío fue mío, y ahora voy al azar... Si una rosa es más bella mojada de rocío, el golpe de la lluvia la puede deshojar... Tuve un amor cobarde. Lo tuve y lo perdí... Para tu amor temprano ya es demasiado tarde, porque en mi alma anochece lo que amanece en ti. El viento hincha la vela, pero la deshilacha, y el agua de los ríos se hace amarga en el mar... Qué lástima muchacha, que no te pueda amar...



¡Si su belleza en mí morir pudiera
como en ti, mar, se borran los colores
que el sol divino te dejó, en las flores
de luz de toda su gentil carrera!

Mas ¿qué es la muchedumbre, pasajera
eterna, de este oleaje de dolores,
para tal resplandor de resplandores,
alba sola de toda primavera?

¡Mar, toma tú, esta tarde sola y larga,
mi corazón, y da a su sufrimiento
tu anochecer sereno y estendido.

¡Que una vez sienta él cual tú, en la amarga
infinitud de su latir sangriento,
el color uniforme del olvido!



Empieza el llanto
de la guitarra.
Se rompen las copas
de la madrugada.
Empieza el llanto
de la guitarra.
Es inútil callarla.
Es imposible
callarla.
Llora monótona
como llora el agua,
como llora el viento
sobre la nevada.
Es imposible
callarla.
Llora por cosas
lejanas.
Arena del Sur caliente
que pide camelias blancas.
Llora flecha sin blanco,
la tarde sin mañana,
y el primer pájaro muerto
sobre la rama.
¡Oh, guitarra!
Corazón malherido
por cinco espadas.



Entre ahora y ahora
entre yo soy y tú eres
la palabra puente.

Entras en ti misma
al entrar en ella:
como un anillo
el mundo se cierra.

De una orilla a otra
siempre se tiende un cuerpo,
un arcoiris.

Yo cantaré por sus repechos,
yo dormiré bajo sus arcos.



Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!...
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero
a lo largo del sendero...
-la tarde cayendo está-.
"En el corazón tenía
"la espina de una pasión;
"logré arrancármela un día:
"ya no siento el corazón".

Y todo el campo un momento
se queda, mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río.

La tarde más se oscurece;
y el camino que serpea
y débilmente blanquea
se enturbia y desaparece.

Mi cantar vuelve a plañir:
"Aguda espina dorada,
"quién te pudiera sentir
"en el corazón clavada".



Agua escondida
Tú eres el agua oscura
que mana por dentro de la roca.
Tú eres el agua oscura y entrañable
que va corriendo bajo la tierra,
ignorada del sol,
de la sed de los que rastrean la tierra,
de los que ruedan por la tierra.
Tú eres agua virgen sin destino y sin nombre
geográfico; tú eres la frescura intocada,
el trémulo secreto de frescura, el júbilo secreto
de esta frescura mía que tú eres, de esta agua
honda que tú has sido siempre,
sin alcanzar a ser más nada que eso;
agua negra, sin nombre...
¡Y apretada, apretada contra mí!



Hay belleza en el lirio inmaculado
De majestad emblema,
Hay belleza en el cáliz nacarino
De la blanca azucena,
Hay belleza en la rosa purpurina
Y en el albo reseda,
Hay belleza en la nítida corola
De la nívea camelia,
Hay belleza en el pálido junquillo
Y en la suave diamela,
Hay belleza en el triste pensamiento
Y no hay flor en la cual no haya belleza,
Pero hay una que es flor entre las flores
Con ser la más modesta,
Una flor de fragancia incomparable,
Delicada y pequeña,
Una flor que en un lecho de esmeraldas
Oculta su belleza,
Una flor que un encanto misterioso
En su cáliz encierra,
Un encanto ideal, indefinible,
Que no hay flor que contenga,
Una flor para mí como ninguna,
Una flor que se llama ¡la violeta!



Puedo tocar tu mano sin que tiemble la mía,
y no volver el rostro para verte pasar.
Puedo apretar mis labios un día y otro día...
           y no puedo olvidar.
 
Puedo mirar tus ojos y hablar frívolamente,
casi aburridamente, sobre un tema vulgar,
puedo decir tu nombre con voz indiferente...
           y no puedo olvidar.
 
Puedo estar a tu lado como si no estuviera,
y encontrarte cien veces, así como al azar...
puedo verte con otro, sin suspirar siquiera,
           y no puedo olvidar.
 
Ya vez: Tú no sospechas este secreto amargo,
más amargo y profundo que el secreto del mar...
porque puedo dejarte de amar, y sin embargo...
           ¡no te puedo olvidar!



Te digo adiós, y acaso te quiero todavía.
Quizá no he de olvidarte, pero te digo adiós.
No sé si me quisiste... No sé si te quería...
O tal vez nos quisimos demasiado los dos.

Este cariño triste, y apasionado, y loco,
me lo sembré en el alma para quererte a ti.
No sé si te amé mucho... no sé si te amé poco;
pero sí sé que nunca volveré a amar así.

Me queda tu sonrisa dormida en mi recuerdo,
y el corazón me dice que no te olvidaré;
pero, al quedarme solo, sabiendo que te pierdo,
tal vez empiezo a amarte como jamás te amé.

Te digo adiós, y acaso, con esta despedida,
mi más hermoso sueño muere dentro de mí...
Pero te digo adiós, para toda la vida,
aunque toda la vida siga pensando en ti.



Tras la ventana, el amor
vestido de blanco, mira.
Mira a la tarde, que gira
sus luces y su color.

La begonia sin olor
sus verdes hojas estira
para mirar lo que mira
tras la ventana, el amor:
la primavera, surgida
del pico de un ruiseñor.



Son las gaviotas, amor.
Las lentas, altas gaviotas.
 
Mar de invierno. El agua gris
mancha de frío las rocas.
Tus piernas, tus dulces piernas,
enternecen a las olas.
Un cielo sucio se vuelca
sobre el mar. El viento borra
el perfil de las colinas
de arena. Las tediosas
charcas de sal y de frío
copian tu luz y tu sombra.
Algo gritan, en lo alto,
que tú no escuchas, absorta.
 
Son las gaviotas, amor.
Las lentas, altas gaviotas.



Mientras tú existas,
mientras mi mirada
te busque más allá de las colinas,
mientras nada
me llene el corazón,
si no es tu imagen, y haya
una remota posibilidad de que estés viva
en algún sitio, iluminada
por una luz—cualquiera...

Mientras
yo presienta que eres y te llamas
así, con ese nombre tuyo
tan pequeño,
seguiré como ahora, amada
mía,
transido de distancia,
bajo ese amor que crece y no se muere,
bajo ese amor que sigue y nunca acaba.



Por aquí pasa un río.
Por aquí tus pisadas
fueron embelleciendo las arenas,
aclarando las aguas,
puliendo los guijarros, perdonando
a las embelesadas
azucenas...

                  No vas tú por el río:
es el río el que anda
detrás de ti, buscando en ti
el reflejo, mirándose en tu espalda.

Si vas de prisa, el río se apresura.
Si vas despacio, el agua se remansa.



El árbol que verdece
a cada primavera,
no es más feliz que yo,
de nuevo verdiflor.

Las amarillas hojas
cayeron, y en mi tronco
vuelven los novios trémulos
a entrelazar sus cifras,
y hay corazones fijos
por flechas traspasados,
vivos en esa muerte.

Cuando digo «te amo»,
mi voz repite el viento
y en mi alta copa juega
con tu nombre y un pájaro
hijo de abril y marzo.



Yo andaba entre la sombra,
cuando como un fulgor llegaste tú; de pronto,
con el último amor.
Pero bastó un efluvio de antiguas primaveras
para reconocerte, para saber quién eras.
Y eras la misteriosa mujer desconocida
que entristeció de un sueño lo mejor de mi vida;
la de las tardes grises y los claros de luna,
la que busqué entre tantas y no encontré en ninguna.
Y hoy tal vez como un premio, tal vez como un castigo,
lo mejor de mi vida será morir contigo.
He pensado esta noche, sintiéndote tan mía
que así como llegaste, pudieras irte un día.
Lo he pensado eso es todo, pero si sucediera,
dejaré que te vayas sin un adiós siquiera.
Y cuando te hayas ido —yo que nunca me quejo—,
me vestiré de luto y aprenderé a ser viejo.
Pero si me muriera sin poder olvidarte
y después de la muerte se llega a alguna parte;
preguntaré si hay sitio, para mí, junto a ti.
Y Dios, seguramente, responderá que sí.

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