sábado, 16 de febrero de 2019

Amanecer - Angeles Asensio


Llega ya el amanecer...
Y con los claros del día...
de nuevo se puede ver
el bullicio en la masía,
cuando empieza a renacer
un festín de algarabía.

Se dibuja en la colina
los tonos de una paleta
que le da el verde a la encina
y el morado a la violeta,
formando esa bambalina
que adorna cada meseta.

¡Y empieza ya el festival
del sol besando a las viñas,
encendiendo en el frutal
-igual que si fuesen niñas-
las uvas como cristal
que adornan nuestras campiñas!
Pinceladas de colores
una villa te dibujan,
donde sus tiestos de flores
en los balcones se empujan,
mostrando un cuadro, señores…
De imágenes que te embrujan.

Y se viste ya de albor
la aurora, para que empiece
en la cascada del río
ese juego encantador
de agua y sol, que aparece
su arco iris en el vacío.

De nuevo el alba nos llega
borrando la oscura bruma
que dejó la noche ciega,
y amaneciendo... Se suma
a tu vida, con la entrega
del sol buscando la luna.

Un perro ha muerto - Pablo Neruda


Mi perro ha muerto.
Lo enterré en el jardín
junto a una vieja máquina oxidada.
Allí, no más abajo,
ni más arriba,
se juntará conmigo alguna vez.

Ahora él ya se fue con su pelaje,
su mala educación, su nariz fría.

Y yo, materialista que no cree
en el celeste cielo prometido
para ningún humano,
para este perro o para todo perro
creo en el cielo, sí, creo en un cielo
donde yo no entraré, pero él me espera
ondulando su cola de abanico
para que yo al llegar tenga amistades.  

Ay no diré la tristeza en la tierra
de no tenerlo más por compañero
que para mí jamás fue un servidor.
Tuvo hacia mí la amistad de un erizo
que conservaba su soberanía,
la amistad de una estrella independiente
sin más intimidad que la precisa,
sin exageraciones:
no se trepaba sobre mi vestuario
llenándome de pelos o de sarna,
no se frotaba contra mi rodilla
como otros perros obsesos sexuales.

No, mi perro me miraba dándome la atención necesaria
la atención necesaria
para hacer comprender a un vanidoso
que siendo perro él,
con esos ojos, más puros que los míos,
perdía el tiempo, pero me miraba
con la mirada que me reservó
toda su dulce, su peluda vida,
su silenciosa vida,
cerca de mí, sin molestarme nunca,
y sin pedirme nada.

Ay cuántas veces quise tener cola
andando junto a él por las orillas del mar,
en el Invierno de Isla Negra,
en la gran soledad: arriba el aire
traspasando de pájaros glaciales
y mi perro brincando, hirsuto,
lleno de voltaje marino en movimiento:
mi perro vagabundo y olfatorio
enarbolando su cola dorada
frente a frente al Océano y su espuma.
alegre, alegre, alegre
como los perros saben ser felices,
sin nada más,
con el absolutismo de la naturaleza descarada.
No hay adiós a mi perro que se ha muerto.

Y no hay ni hubo mentira entre nosotros.
Ya se fue y lo enterré, y eso era todo. 

Paisajes en nuestro cielo de Evaristo Ribera Chevremont


En sus ágiles pencas brilladoras
y como en sed de milenarios mitos;
y, junto a tales palmas, trepadoras.

El punto cenital abierto al bloque
de la emoción negada a lo pequeño;
movibles masas en perenne choque;
y, sobre todo, ml porción de sueño.

El denso azul en denso gris se torna.
¿Qué se ha hecho la cálida alegría
de hace un minuto? ¿Qué dolor retorna
para la luz en el cambiante día?

Cede a las subitáneas reflexiones
de nuestra tropical naturaleza
mi espíritu. Las vastas frondazones
se aúpan en flor visible en su tristeza.

Hay una misteriosa semejanza
entre la tierra nuestra y nuestro cielo.
Ambos tienen idéntica pujanza.
Ambos son fuerzas en nervioso celo.

La tierra en vegetales se desborda.
El cielo se desborda en nubarrones.
Tal me parece que la tierra aborda
al cielo en sus tremendas expansiones.